sábado, 1 de marzo de 2008

RESEÑA REVISTA LUCIÉRNAGA

(Firma de libros a alumnas del Politécnico Las Caobas en la FIL de Santo Domingo)

Revista Internacional de Comentario de Libros Luciérnaga Número 12, septiembre-diciembre de 2007, Año 5, p. 28-35.

Coordenadas de alteridad en Comunión antropoética, de J.D. Capiello-Ortiz.

Por: Federico Irizarry Natal

Una enigmática imagen de dos manos abiertas palmas arriba sobre un plato de comer, ancho y oscuro; cercado, a su vez, por cubiertos en una mesa correctamente servida constituye la portada del poemario de Jorge David Capiello, titulado significativamente Comunión antropoética. No es ésta una ilustración gratuita ni ingenua; mucho menos un detalle meramente decorativo. Toda imagen fotográfica “es como una cita, una máxima o un proverbio”, ha afirmado Susan Sontag al respecto. De acuerdo con ella, me detengo, entonces, brevemente en la foto de la portada para intentar captar lo que me dice. La misma cifra simbólicamente una instancia de cierto espesor eucarístico que, filtrada ya en el título, ha de cruzar el contenido discursivo de este libro hasta terminar por materializarse en una poderosa matriz de sentido. Esta matriz, connotada tanto en la imagen de la portada como en el título, puede enunciarse de la siguiente manera: la asunción de la palabra poética implica la donación de sí en una radical entrega que apuesta visceralmente por la compenetración con el otro.

Para sostener lo anterior, me baso en la interpretación que Marius Schneider y Juan Eduardo Cirlot han hecho sobre la parte del cuerpo a la que hemos aludido. Para el primero, las manos constituyen “la manifestación corporal del estado interior del ser humano”, pues ellas indican “la actitud del espíritu cuando éste no se manifiesta por la vía acústica”. De ahí que el segundo, en su conocido diccionario, deduzca que las manos sean, en ese sentido, un poderoso símbolo de la voz y del canto.

Las manos de esta imagen -así entendidas- corporizan, por lo tanto, una subjetividad apalabrada que, dispuesta como alimento, sólo ha de encontrar su sentido en el otro tras haberla éste interiorizado (o engullido). La portada artificia, así, la invitación a un ágape, a una comunión de fuerte resonancia ética y humana en que hombre y palabra coincidan finalmente en una mutua y fecunda disolución en el tropo; es decir: en el espacio vital y transfigurador de la poesía. De ahí el feliz neologismo que eficazmente da título a este poemario: Comunión antropoética.

La noción de intersubjetividad profunda a la que aspira este poemario acontece como medida necesaria ante un panorama determinado por la precariedad y el deterioro metafísicos. Esta conciencia del absurdo en que deriva el desamparo y el desarraigo de existir se constata fuertemente en el poema titulado De la náusea al escalofrío, en que el sujeto del texto toma la palabra a manera de un enérgico ajuste de cuentas que, en el fondo, no es más que un radical acto de reconocimiento del sinsentido mismo. El texto dice:

He visto a tus hijos
comer de la basura
y beberse las lágrimas
para luego
reposar en el vacío
de la nada que arrulla
en nanas de olvido.
Ya nada en ti es nuevo.
Sé quién eres
desde el pánico al hastío.
Si esto es lo peor que tienes,
te conozco, Vida;
de la náusea al escalofrío.

Desengaño, aversión, tedio y temblor concurren, en este poema, en función de textualizar el malestar óntico al que hacíamos referencia. No obstante, éstas no son las instancias que terminan por caracterizar el registro último de la voz del sujeto que toma la palabra en este poemario. Ello establece, más bien, el telón de fondo en contra del cual se impondrá una voluntad finalmente reivindicativa, una suerte de gesto instaurador de fundamento que, en su apuesta, arriesga la palabra en favor del alcance del otro.

Poemas como Panes y peces, Pequeños bodigos, Cruzar la línea y ¿Hasta que vuelvas? (la última cena) son textos en que muy particularmente la otredad se erige como la posibilidad de una apertura liberadora ante la trampa de existir. Hago referencia brevemente a Panes y peces, que es el texto inicial del libro. En el mismo, bajo la impronta de un tono evidentemente apelativo, el sujeto lírico enuncia una serie de preguntas reflexivas a manera de detonantes que buscan alertar sobre la importancia de establecer verdaderos lazos intersubjetivos. Todo ello dentro de un marco semántico que connota, mediante una acertada mención de alimentos y de elementos relacionados con la corporeidad, un poderoso espectro afectivo-significativo de hondo carácter cristiano. Cito dos fragmentos:

No sé si le pasa
que de pronto,
en ocasiones,
so(ó)lo,
en ocasiones,
siente el irremediable deseo
de abrirse el pecho;
mojar la punta
de los dedos
en el corazón ya abierto
y pasarlos
por los labios
de un desconocido.
---
(¿) querer
con las propias manos
dar de comer
a cientos,
empujarles
con los dedos
las lágrimas
y hacerles dedos
panes y peces,
y multiplicar las manos,
y con las propias manos
cercenar los brazos
y hacer brazos
panes y peces
y repartirlos (?)

Resalto en este texto el vigoroso deseo por romper con los límites de la individualidad en función de abrirse a otros dentro del marco de una enorme tarea regenerativa y fundacional. Aquí el yo no es concebido como una mera mónada caritativa que, en abstracto, aspira a insuflar un espíritu de solidaridad y de justicia sobre las necesidades de los demás; sino como un cuerpo dinámico y abierto cuya sangre desplegada sobre el cuerpo de otros deriva en la materialización de un complicado gesto de amor que se caracteriza por simultáneos movimientos de anulación y reconstrucción. Éste es un yo que se asume de antemano incompleto y que busca, así, romper con las falsas fronteras de la unidad para concluirse en el espacio del otro a la luz del contexto profundo de un drama multicorporal.

Esta idea se repite en uno de los textos más significativos de este poemario; el que se titula, precisamente, “Cruzar la línea”. Sin embargo, donde mejor se puede constatar es en el poema “Si te digo niña”. En el mismo, el sujeto lírico realiza un verdadero salto contra la fosilización del yo a través de una intensa comunión amatoria. La continua movilidad que caracteriza al sujeto de este poemario consigue alcanzar así, mediante el amor carnal, el instante de una plenitud total al quedar localizado radicalmente en el espacio genérico de la amada. Cito el final del texto:

...he aprendido
a hacer el amor en un beso...
porque podría jurar,
y en esto me apuesto hasta el sexo
y lo digo sin temor a dudas
que fue en tus labios
donde un gran día
donde un grande y glorioso día
aprendí a besar como mujer.

Aprender a besar como mujer -esta “feminización del hombre”, como diría Barthes- no es sólo una expresión cordial y sensible capaz de connotar la vulnerabilidad de este sujeto masculino ante el objeto de su fascinación. Es también, en el poemario, la concreción máxima de este yo en desplazamiento cuya vocación nómade lo ha llevado, más allá de la aspiración de compenetrarse con el otro, a la trascendencia que implica la fundación absoluta de sí en la otredad (y viceversa). “No somos una sustancia homogénea y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro. Pero los otros también son yos”, ha dicho Todorov al respecto.

Por qué esta apuesta por el otro, se pregunta uno. No creo equivocarme al afirmar que en este poemario la otredad se erige como una puntual instancia de reconstrucción existencial. Si ante el absurdo del mundo, la mismidad y todas las tecnologías del yo no pasan de ser una ilusión fugaz contra el abismo permanente; la alteridad materializa el espacio vital en que una verdad más profunda se genera sobre la base de un encuentro orgánico y dialógico entre varias conciencias. Comunión antropoética es, en ese sentido, un libro que rechaza de forma absoluta y tajante aquel famoso aforismo sartriano que dice cínicamente que “el infierno son los otros”. Más cercanos a Bajtín, estos poemas coinciden con algunos planteamientos del ruso; entre ellos destaco uno de los apuntes de los años 70 que dice: “Todo lo que a mí concierne, llega a mi conciencia .... desde el mundo exterior. (...) Yo me conozco inicialmente a través de otros...”.

Esta (antro)poética de la solidaridad se halla fuertemente hermanada con cierta parte de la tradición de la poesía hispanoamericana. Se descubre alegremente en ella los ecos de la palabra vallejiana; sobre todo de aquella en que el peruano, desde su exilio existencial, asume la poesía como una forma de reterritorializar el sentido en estrecha vinculación con sus semejantes. Imposible, en esa línea, leer Comunión antropoética sin que lleguen a la memoria poemas como “El pan nuestro”, “La cena miserable”, “Los anillos fatigados”, “Un hombre pasa con un pan al hombro” y “”Me viene, hay días, una gana ubérrima”, entre otros. Como en la de Vallejo, en la poesía de Jorge David Capiello hay también un tenso trasfondo cristiano que termina por matizar muchas de las zonas del lenguaje que utiliza, así como termina por influir en la misma visión de mundo que se erige en este libro. Además, muchas de las imágenes importantes sobre las cuales se construye este poemario tiene una fuerte resonancia de alcance vallejiano. Destaco puntualmente, entre todas, la del pan. En ambos poetas el pan se asume como un poderoso símbolo de amor y de vida en un contexto caracterizado por la escasez. Así, de la misma manera en que el sujeto vallejiano daba cuenta de la hora fría en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, y en consecuencia quiere hacer pedacitos de pan fresco en el horno de su corazón (según se lee en el poema “El pan nuestro”); el sujeto antropoético desea destazar en versos sus poemas para hacer con ellos pequeños bodigos empanados en harina con el fin de abrigar a quien duerme desposeído bajo esa escalera y cubrir de carne tantos huesos (según se desprende del poema “Pequeños bodigos”). El pan, así entendido, más que alimento es fuerza que mueve a una acción de vida, a la donación de sí ante la necesidad del otro.

Esta (antro)poética de la solidaridad también guarda lazos fraternales con la poesía del puertorriqueño José María Lima. Un imaginario metonímico a raíz del cual se montan muchos de los poemas de Comunión antropoética así lo confirman. Sin embargo, en la escritura de Capiello, donde más patente se hace la influencia de la poesía de Lima es, por un lado, en la presencia de una corporeidad que, al estar ligada de forma orgánica al núcleo duro del lenguaje (la sílaba en la piel), se torna poderosa y visceralmente comunicante, y, por otro, en el despliegue de un ideal humanista de justicia que suele trascender cualquier abanderamiento político. Sobre esto último vale la pena hacer mención del poema “Hasta cuándo”, en el que el autor establece un diálogo con José María Lima en torno de la urgencia por hacer coincidir la acción solidaria con la palabra que ha prometido un futuro distinto y mejor. Primero cito el fragmento que nos importa del texto de Lima, el cual forma parte de “Hacia el olor del pan (poemas de guerra)”; y después cito del poema de Capiello para ponerlos en contraste:

Una gran afirmación, la más bella, avanza recogida en sí misma en hermosa espíral. Lo sentimos en la médula de nuestros huesos, aquellos que por fortuna, deber, desgracia, o todas estas cosas juntas, guardamos el recuerdo de otras médulas que guardaron el recuerdo de otras médulas donde ya presencia – brote – débil comienzo de explosión nacía el maravilloso laberinto de lusombras tantas veces asesinados que hoy nos acecha y al cual nos acercamos sobrecogidos de ese terror compacto y necesario que precede los encuentros felices. Y ya tiene, te lo aseguro Cesar Vallejo, toda paloma asignado su toro, cada toro su España y añado, salvando las distancias, que cada nuez alcanzará su diente. ¿Y el diente? Tienen sello los dientes y los niños de mañana no nacerán sin índice.

Ante este texto, el sujeto antropoético reacciona de la siguiente manera:

Hasta cuándo Molar
inmenso
hermano de los dientes ya reunidos

continuará la sombra atravesando la palabra,
haciendo la tarde de vísceras amuralladas

un cuando sin acento es necesario
y sólo una cosa me incomoda:

para qué mañana
si ahora se hizo tarde (...)
y yo como tú María Lima
quisiera
'para mis ojos luz o sombra'
pero no pienso esperar
a que la uña dicte la hora

Si bien este último texto es elogioso del primero, lo cierto es que por lo mismo no deja de ser ante él algo conflictivo en su deseo de complementación. A la promesa de mañana del de Lima opone tajantemente la acción correctora del ahora. Este ahora, de acuerdo con lo aludido en un principio, en realidad es un todavía -muy vallejiano, por cierto- que requiere, más que señalamientos de buena voluntad o augurios, una palabra indisolublemente ligada al peso del verdadero acto solidario con el otro. En ese sentido, la (antro)poética de Capiello no es solamente una poética de la solidaridad; es ante todo una poética de la urgencia.

Quiero terminar esta presentación aludiendo brevemente a un aspecto de suma importancia en este poemario. Aspecto que requeriría de una lectura detenida y profunda en algún otro momento. Me refiero, específicamente, a la presencia de una dimensión metapoética en este libro. La misma radica en una poderosa reflexión sobre el lenguaje, sobre todo el lenguaje, siempre problemático, de la poesía.

El sujeto antropoético sabe -en plena refutación a Hölderlin- que la poesía no es “la más inocente de todas las ocupaciones”; que el juego de palabras sobre el cual se construye el poema no es un juego gratuito, sino comprometedoramente serio. De ahí, según se dice en uno de sus poemas, que “del verso al verso extiend(a) un puerto /un puente, (y) más que puente, (un) cordón umbilical / unido a la placenta que placenteramente conecta / discurso y susto al dolor de no ser”. Extender un puente o un cordón umbilical a través del verso es una forma también de decir que el lenguaje está roto, que entre la palabra y la realidad hay una grieta sobre la cual finalmente urge un drástico proceso de suturación. La toma de la palabra por parte de este sujeto es, en ese sentido, una medida de acción en contra de ese vacío. Por un lado, su palabra denuncia y expone el drama de dicha ruptura y, por otro, su discurso poético, de forma más radical, aspira a materializarse como una potencial instancia de reconstrucción. El asunto, no obstante, no es nada fácil. Con Žižek sabemos que “la palabra es el asesinato de una cosa, no sólo en el sentido elemental de implicar su ausencia -(pues) al darle nombre, la tratamos como ausente (...)- sino, sobre todo, en el de su disección radical”. Esto último, en la medida en que “la palabra descuartiza a la cosa, la arranca de su fijación en su contexto concreto”, según especifica el esloveno en uno de sus ensayos sobre psicoanálisis y cine. Reconstruir por medio del discurso poético debe implicar, por lo tanto, no sólo hacer presente por fin a la cosa en la palabra, sino también atarla de forma verdaderamente orgánica al contexto concreto de donde ha sido desvinculada. Reconstruir por medio del discurso poético es, así, la (re)instauración de una palabra encarnada; de un enunciado recuperado de un ámbito fatalmente desfamiliarizado y desfamiliarizante en función de restablecer el diálogo esencial entre el hombre y el mundo (es decir: entre el hombre y lo otro) a través de una comunión profunda -tal y como reza el título de este poemario- sobre la base de una lengua plena, completa y viva.

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