viernes, 23 de enero de 2009

RESEÑA: La mala educación del Copista Calisténico por Francisco Font Acevedo



Tomado de: Legión Miope
Enero 19, 2009 por elmiopemayor

Por Francisco Font Acevedo


Casquillos (Aventis, 2008) de J.D. Capiello-Ortiz, alias el Copista Calisténico, ejerció una doble seducción para el severo lector que habitualmente soy. Mi primera lectura, por fuerza superficial, desarmó la seriedad cetácea que generalmente asumo ante el discurso poético. Para mi desconcierto y gozo, aprecié el tono de desparpajo, su decir ocurrente y maleducado (sin pleitesías con nadie ni consigo mismo) y la fluida legibilidad de su discurso. Mi segunda lectura, más detenida y concienzuda, no pudo menos que admirarse de la inteligencia de su estructura y de la coherencia de su propuesta poética. Así gozo y aprecio intelectual se fundieron para trabar una grata y sustantiva experiencia de lectura. Esta razón me ha bastado para querer compartir algunos apuntes de lectura que, aunque el texto a continuación lo desdiga, tuvo un matiz primordialmente gastronómico.Al que lea, buen provecho. Y al que abandone el texto, puede mirarse en el siguiente “Espejo”: “La arrogancia de unos / no es más que un reflejo al negativo / donde se proyectan las miserias / y el ego herido de otros” (pág. 55). Una cortesía del Copista Calisténico.

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En el prólogo de Casquillos, Federico Irizarry Natal señala con acierto que en su conjunto los textos de este poemario pueden leerse como “una suerte de bitácora de viaje”. El tropo del viaje, común en la poesía y la literatura en general, en Casquillos toma la forma de una bitácora integrada por textos cortos, tributarios de la poesía minimalista. Lo particular es que en ésta no se consigna el gesto de un hablante poético que busca fundar su voz y su experiencia, propio del diarismo o la poesía lírica. El viaje no es introspectivo, sino desenfadadamente extrovertido, a lo largo del cual el hablante poético denominado como el Copista Calisténico (CC), cual un bufón deslenguado, consigna su lectura, casi siempre burlona, de diversos textos culturales. Las escalas de este viaje transtextual son: el Parnaso de ciertas tradiciones literarias (la sección denominada “Homenajes”); la utilería poética y cultural (denominada “Gadgets”), y cierto mausoleo honorable (“A for Ismos”), donde se asumen paródicamente algunos metarrelatos culturales que sobreviven en la actualidad.Estas tres escalas del viaje del CC están antecedidas por un prolegómeno titulado “Tríp(tico)” conformado por tres poemas. En éstos el hablante poético sintetiza lo que leo como un contrato de lectura que anuncia al lector los motivos medulares y más recurrentes en las siguientes etapas del viaje. En “[ ]oda a la crítica”, el CC, con ademán irrespetuoso, no canta a la crítica, sino que la infantiliza al recordarle los criterios caprichosos del gusto (“malo y feo”) aprendidos en la niñez. Con esto, como bien destaca Irizarry Natal, la oda se transmuta en joda y se desincentiva la pereza crítica que se arrima demasiado a las veleidades de un presunto “buen gusto”. En “Homo ludens”, el CC explicita su voluntad lúdica y, discursivamente, mediante la inversión de un dicho popular (ponerle el cascabel al gato), anuncia la intención carnavalesca de arrugar la almidonada gravedad adscrita a los discursos culturales. El último texto “Aforismo”, mediante el paralelismo del “a -” (”Normal, a - normal”) anuncia lo que prospectivamente será la culminación del texto, esto es, la diseminación paródica y entrópica de varias ideologías culturales y cualquier asomo de estética vanguardista. Leo, pues, los textos de “Tríp(tico)” como una metonimia del resto del poemario. Basta leerlos para cerrar el libro o para entusiasmarse a proseguir. Con esta degustación inicial, especie de aperitivo del buffet que le sigue, se previene al lector, sucesivamente, del desdén del CC por la honorabilidad que presuntamente otorga la crítica veleidosa, del tono lúdico que anima su viaje de lectura y del afán, bajo la máscara de bufón, de decir ”impropiedades” sobre varios discursos culturales anquilosados.

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“Homenajes”, la segunda sección de Casquillos, está construido como un diálogo con varias tradiciones literarias. El lector puede dar por seguro que no hallará en estos homenajes placas conmemorativas ni arreglos florales. Decididamente intertextual, la estrategia del CC es la del saqueador impune. Los textos están animados por el juego, el chiste bufo, muchas veces la pulla alevosa. Baste como ejemplo, para quienes conocen el ícono riopedrense del Che Meléndez y su consabido antiacademicismo, el texto “The(saurus) Rex”: “¡Che! / Qué chiquita / te queda la academia” (pág. 24). O esta desaturación etílica del gravoso Vallejo de “Los heraldos negros” titulado “Black Labels”: “Hay lunes en la vida, tan fuertes… / Yo no sé” (pág. 25). Sin eludir la autoparodia, el CC rinde otros sabrosos y equívocos homenajes a sus partners in crime (los escritores surgidos de la revista El Sótano 00931), así como a las figuras de Iván Silén, Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Luis Palés Matos, Kobayashi Issa, José Luis González, entre otros. De esta forma, el CC produce una relectura desoxidada de las diversas tradiciones representadas por éstos y, hasta cierto punto, anuncia el fin de su aprendizaje poético. Esto último lo leo particularmente en los micropoemas “Selección Múltiple” y “Selección Múltiple II”, en los cuales el texto adopta la estructura de ese ejercicio de examen y el hablante poético, invariablemente, selecciona “todas las anteriores”.

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En “Gadgets” el CC apunta y dispara su verbo contra la utilería literaria que activa los resortes del sistema literario y el contexto cultural en que se produce. Como en “Homenajes”, domina un tono desenfadado. Sin melindres, lo mismo subraya el carácter mercantil del libro –“aquí sólo vendemos literatura / el prestigio / se lo dejamos a la academia” (pág. 35)– que ridiculiza la intelectualidad académica como un hallazgo arqueológico en “Carbono 14”. En esta parte se discierne, además, un gusto por desarticular nociones neorrománticas de la poesía mediante la interposición de imágenes prosaicas. De ahí que la poesía sea una “rasuradora eléctrica / de quien intenta cortarse las venas” (pág. 36) o que, en respuesta a los versos líricos de Julio César Pol (“Tus senos son la poesía / todo lo demás es cuento”), sugiera explorar “las posibilidades / de ponernos prosaicos” (pág. 50), versos que se leen como burdo convite erótico y resignificación del poema lírico como artefacto antipoético. Cónsono con este “despropósito”, el CC disemina un puñado de textos donde revela una actitud escéptica hacia el amor (como crianza de cuervos en “Te sacarán los ojos”, pág. 44) que se cristaliza en cinismo erótico, como en el poema “Vitae Mortem Ludens”: “Por ti muero / en ti me entierro / para ti… / todo un sementerio” (pág. 46). Así el discurso intimista, propio de la lírica, se desarticula y deviene artificio lúdico en manos del hablante poético, cuya subjetividad es una especie de trompe d’oeil de cartón piedra, el escenario para activar un maleducado decir ventrílocuo. Si, como indica en el poema “¡Pst…! ¡Poetas!” las alternativas son “ser un pequeño dios” a lo Huidobro “o un grandísimo demonio” que todo lo subvierte, ya sabemos que el CC no anda armado con un revólver, como sugiere el título Casquillos, sino con un tridente.

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“A for Ismos”, la última sección del poemario, constituye el destino último del viaje de lectura del CC. Habiendo pasado por los homenajes paródicos y la desacralización antipoética de la literatura, el arte y sus mecanismos de significación, el CC apunta su tridente hacia las ruinas de ciertas vanguardias culturales e ideológicas. Materialismo histórico, feminismo, posmodernismo, capitalismo, idealismo, todo lo que huela a solemnidad y grandilocuencia es desflecado por el travestismo jodedor del hablante poético. Ningún muñeco queda con cabeza, ni siquiera el mismo CC. Así lo leo en “MinimalIsmo”, donde parodia su propio discurso e ironiza sobre el posible destino de Casquillos: “Un texto / que es tan pequeño / que cabe en cualquier zafacón” (pág. 73). Es justamente en esta última sección donde muestra con mayor claridad su ars poética: “Un gatillero no es / quien deja casquillos sobre el suelo, / sino quien entiende / que sólo se aprieta el gatillo” (pág. 74). En esta metáfora del poeta como gatillero, el CC hace patente que la poesía, como todo texto literario, es en realidad una coproducción de significados en connivencia con el lector. El poeta dispara y el lector traza y significa la dirección del proyectil. Pero incluso este tácito contrato de todo texto se subvierte con el final abierto del libro: una invitación al lector a escribir sus propios “casquillos”. Si se acepta o no esta invitación, en el libro quedará el resto de los casquillos como evidencia de una conspiración significante.

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Al óxido tradicionalmente solemne del discurso poético, Casquillos opone el valor lúdico como instrumento crítico de la poesía. Invita a una relectura desinhibida de la tradición, un saqueo de ésta, como si el hablante poético -y por extensión, el lector- fueran depredadores dispuestos a comer con las manos (sin modales ni modelos autoritarios) del buffet de la literatura y sus irradiaciones culturales. Esto se logra mediante el uso guiñolesco del hablante poético, el Copista Calisténico, cuya creación tuvo origen en la bitácora Aventis (http://www.aventispr.blogspot.com/). Se trata de un ventrílocuo poético cuya “voz” quisquillosa, jodedora, a un tiempo paródica y autoparódica, desata una cruzada gatillera contra la seriedad y las convenciones artísticas que agravan y almidonan la poesía, la literatura y el quehacer cultural en general. De ahí que lea al Copista Calisténico como un exquisito bufón que hace de la apropiación textual (su dimensión de copista) un juego para regurgitar, como “estudiante” maleducado, un deportivo (y calisténico) itinerario deconstructivo. Casquillos, la cristalización de este gesto, consolida contundentemente un decir poético desalmidonado, desinhibido y gozoso. Así, J.D. Capiello-Ortiz (sin la oprobiosa tachadura en la portada del libro) logra que la poesía como arma o el poema como casquillo, aun en su oquedad, siga haciendo fuego.

Escrito en Fontada

lunes, 19 de enero de 2009

GEORGE CARLIN - GATILLEROS #6 - MISANTROPIA 101 o FREE-FLOATING HOSTILITY

A los amigos que conocen al Copista no les extrañará que la misantropía y el cinismo que le distinguen aparezcan aquí en todas y cada una de sus variadas formas. Por tal razón el susodicho escriba advenedizo les regala, cortesía del gatillero Alberto Martínez Márquez, este videíto que bien pudiera ser, aunque en inglés, epítome de una respuesta al McOndo nuestro de cada día.

miércoles, 7 de enero de 2009

AVENTIS #3 - LAS MANITAS DE JESÚS

El Copista regresa luego de unas largas vacaciones. Por ahora no más casquillos. En cambio les regalo un relato como homenaje a esos pequeños duendesillos que trabajan duro para que nuestro niños puedan lucir en sus ojitos la alegría de recibir un regalo el día de Navidad. (Nota: El Copista ha publicado este relato luego de las fiestas propias de la temporada para no afectar nuestra ya maltrecha economía).



Las manitas de Jesús


There is a woman in Somalia […]
She cries to the heaven above
There is a stone in my heart
She lives a life she didn’t choose
And it hurts like brand-new shoes.
Pearls Song- Sade


Cuando las manitas aparecieron en el barrio Caracoles lo hicieron como todo lo que a él llega. Como por el decreto inapelable de un simple porque sí. Lo hicieron como por obra y gracia de una redondez que parece gobernar el mundo. Porque el mundo es redondo. Porque da vueltas. Porque por virtud de eso mismo lo que hoy parece un punto ajeno y distante mañana pudiera ser la tierra que se quisiera quitar de los zapatos. Quizás por eso llegaron en navidad; por la inevitable sensación de encontrarte frente a una nueva vuelta remotamente ya conocida; ya olvidada. Así de pronto se encuentra uno mirándose a los ojos con la extrañeza de no conocerse, o mejor dicho, con la sorpresa de no haberse reconocido antes. Y así, como por el peso de una ley natural, aquellas navidades para Mateíto fueron el resultado de esa ineludible redondez.

Teíto, como cariñosamente le llamaban, había llegado a Caracoles luego que la abuela decidiera que sería mejor que Mamita y él vivieran con ella pues, según él, Papito tenía muchos nenes y la abuela ya no tenía ninguno. De manera que éstas serían las sextas navidades que pasaban con Margó. Sabía, a sus escasos nueve añitos, que era el hombre de la casa y que trabajar sería necesario.

Los días se acortaban como es común en esa época del año pero en el barrio también se sentía ese aire de celebración que es costumbre de la temporada. Parecía como si el exceso de actividad fuera condición exigida para compensar la escasez de claridad. Margó ya sacaba las luces y los adornos, y Teíto le ayudaba mientras Mamita montaba el árbol artificial bajo el cual habían acomodado los regalos de las últimas cinco navidades. En el barrio los preparativos anunciaban las fiestas. Todo era parte de un proceso que terminaría con la noche del Niñito Jesús. Nochebuena. La ilusión se leía en los rostros, y recordar las navidades anteriores, en la medida que pasaban los días, se volvía conversación obligada en la casa.

Teíto recordaba cómo, sin aún haber salido el sol hacía escasamente un año atrás, se sentaba en torno a aquel adefesio verde de alambres y abría los regalos mientras Margó y Mamita aún dormían. Siempre había obsequios. Así que no había ni la más remota duda de que este año también. Margó hacía historias de cómo el niñito Jesús dejaba regalos a los niños buenos que se arropaban con el cielo. Decía que Él mismo con sus propias manitas, en la noche de navidad, acariciaba las barriguitas de quienes tenían hambre viendo así como sus vientres se hinchaban y no sufrían más. Por momentos esto calmaba las preguntas que Teíto tenía sobre los morenitos que parecían buenos y que tanto veía en televisión. De manera que no habría razón para preocuparse. Aquel milagro de amor se cumpliría como en todas las ocasiones antes y como poco tendría una camisa y pantalón nuevos por lo cual todos sabrían que se había portado bien.

Estas no eran las únicas historias que Margó contaba. También hablaba de cómo eran las fiestas cuando era niña. Ella lo sabía todo. Por ella Teíto sabía de cómo las piezas de ropa que se regalaban en tiempos de la abuela lucían los más nítidos bordados. También escuchaba de cómo los camioncitos, que eran de madera en aquel entonces, fueron cambiando por plástico. Con los años, las manitas de Jesús se hacían diestras y ya no era necesario pintar los juguetes a mano pues parecería que un batallón de angelitos ahora le ayudaba. Igual decía que de todos modos ya no valía la pena bordar. Se podía encontrar casi cualquier cosa sin tener que pagar mucho por ellas.

Margó recordaba con entusiasmo cuando por primera vez vio una escalera que subía sola. Contaba que en vez de subir al siguiente nivel si te detenías sobre ella el segundo piso venía hacia ti. Y que toda una cadena de tiendas enormes como catedrales, pero sin el calor que en estas últimas hace, las tenían por todas partes. De esos enormes templos con escaleras que subían solas era que decía la abuela que el niñito Jesús traía los regalos que ponía en cada casa. Así que, unos cuantos días antes de nochebuena, Mamita y Margó fueron a ver lo que le pedirían para Teíto al Sagrado Niño para el día de navidad.

Ya en las tiendas, verdaderas basílicas del comercio, Margó mostraba algunas piezas a Mamita pensando en lo bien que lucirían en su pequeño crío. De donde escoger no sería problema. “Made in Somalia”, “Made in Kenia”, “Made in Tanzania”. Todo cuanto se quisiera podría ser encontrado sin tener que invertir más que unos poquísimos dólares. Por cierto, la novedad del momento eran unas manitas que, a colmo de lo barato que era todo, venían incluidas con cada compra. O más bien eran el regalo para quienes hacían compras que excedieran cierta cantidad de dinero. Al menos eso contestaban en las tiendas cuando la gente regresaba preguntando por su procedencia. La realidad es que nadie sabía con certeza. De todas maneras no había mucho para gastar. Así que llegar a casa con unas de aquellas, más que un lujo, sería mero capricho.

Claro es que siempre hubo quienes ya de vuelta en casa, de entre los bolsillos y dobleces de las prendas compradas, encontraran varios de aquellos amorenados ramos de cinco deditos. Cosa que no extrañaba a nadie pues gastar en misceláneas se hace práctica de mucho antojo por estos lares. Semanas antes de nochebuena podrías haber visitado hogares en que sólo manitas figuraban como adornos de navidad. Incluso, según el número de niños en cada casa serían los pares que adornarían alguna pared de la sala. Las manitas de Jesús, como les llamaban sin más apremio, habían arropado a Caracoles.

Como era de esperarse, el misterio de un círculo perfecto se cerraba una vez más. El 25 de diciembre unos piecitos descalzos corrían por sexta ocasión, sin aún haber salido el sol, a través del pasillo en dirección de las tintineantes luces que anunciaban la epifanía de las pequeñas manos del Salvador.

Al quitar las cintas y rasgar el papel Teíto sentía como un pellizco de ilusión regresaba a tensarle las mejillas. De dónde venían las cajas o su contenido era lo de menos; cosa de poca importancia. Sabrás, y aunque te cueste lo mismo que a mí entenderlo, el niño Dios seguiría poniendo con sus deditos todos aquellos regalos. De hecho, no hubo casa que no supiera de sus manitas y de aquel batallón de angelitos que hacían al mundo pequeño. Aquellas que lograban que llegaran obsequios desde los confines más remotos de Indonesia, Bangladesh, Burma y Malasia cumpliendo así con la misión para la que habían sido puestas en este mundo.

Aquella mañana Margó y Mamita encontraron a Teíto durmiendo bajo el pino artificial con una sonrisa dibujada en su carita. Vestía sus nuevos regalos mientras descansaba como si en su sueño cientos de angelitos lo cargaran en sus brazos. El barrio Caracoles había sido, una vez más, arropado como por un milagro de amor, por una inmensa ola de obsequios. Eran tiempos difíciles pero al menos Teíto lucía, ya en su profundo sueño, la camisa y el pantalón nuevo que el niñito Jesús le había traído.

Margó no entendía cómo el pequeño Mateo a sus tiernos nueve añitos se levantaba tan temprano. Tampoco pudo entender de dónde habían salido un par de pequeñas manchas en forma de manitas que la camisa nueva de Teíto mostraba en el pecho. No era costumbre de Mateíto salir sin permiso de la casa. Y sus manos estaban tan limpias como cuando lo habían acostado después de haber tomado su baño. Pero lo que nunca Margó ni Mamita hubieran podido entender sería el origen de unas manitas que habían encontrado en los bolsillos del pantaloncito nuevo de Teíto.

Eran como de la más delicada porcelana o más bien como de una cera bien trabajada; como buñuelitos del color y la tersura del más fino caramelo. Mostraban con perfección de detalles todas y cada una de las arruguitas que una madre inspecciona en las manos de su recién nacido tan pronto como lo tiene en sus brazos. Incluso el detalle llegaba a la sensación. Bajo sus uñitas se encontraba esa tierra que las madres más cuidadosas quitarían con un palillo de algodón para no lastimar la ternura de su niño. Como decía antes, nunca… nunca… ni Margó ni Mamita hubieran podido entender de dónde provenía semejante creación. Y digo “hubieran” pues no fue salvo hasta la mañana del 26 cuando Margó, con lágrimas en los ojos, llamaba con desesperación a Mamita para que junto a ella, de pie en medio de la pequeña sala, como guiada por una honda sospecha, vieran en televisión… una vez más… aquellos morenitos que parecían buenos y que se arropaban con el cielo.

Esta vez los arropaba el mar.*


*A las manitas de Indonesia, Tailandia, Sri Lanka, India, Bangladesh, Burma, Malasia, Islas Maldivas, Somalia, Kenia, Tanzania y las Islas Seychelles muertas el 26 de diciembre de 2004. Ahora el mundo sabe que existían.

martes, 8 de julio de 2008

AVENTIS #2 - El Dragón

Para quienes no conozcan la anécdota, o la recuerden por la mención que el amigo Minucius Generikus hiciera de la misma en cierto momento, este es el cuento que le mereciera al Copista el más que gratificante calificativo de “PUERCO” por parte del profe Edgardo Rodríguez Juliá. Que lo disfruten (especialmente quienes hacen juicios valorativos morales sobre cuestiones estéticas o literarias).



“El Dragón”

“La mujer no es un sueño de Dios,
sino del hombre,
[...] y este destierro donde amamos
y somos vencidos...”
Julio César Pol

“Lo que es igual no es ventaja”
Proverbio popular

-Ahj..., hum..., hum...
Ahj. Ahj. Ahj...
Huuummmmmmm...-

Con cada segundo que pasaba, sus uñas se iban enterrando cada vez más y con más fuerza contra el mattress que, con el pretexto de la temperatura, ambos habían arrastrado hasta el medio de la terraza. El sudor que con desespero producían, se les acumulaba en las espaldas así como alrededor de las bocas y los ojos, lo que por momentos se veía interrumpido por alguna mano torpe y ligera. Parecía como si al unirse los cuerpos, todo el líquido que se lleva por dentro quisiera reventar en charcos de deseo. El ardor que producía en los ojos el sudor, y la luz que del sol en ocasiones se colaba con la brisa por entre las ramas de los árboles, en ella lograban la sensación de alucinantes episodios de desvarío. Él, al notar el delirio en su mirada, y cómo se amontonaba entre los pechos de ella el sudor que de su mentón caía, aceleraba a contratiempos el ritmo de su sublime ritual de victimario. Mientras tanto, el mattress ronroneaba cada vez más fuerte con el pasear de las uñas de Indira sobre él.

–No te detengas…sigue, sí... – susurraba Indira mientras la ausencia de aliento a causa de su irregular respiración, terminaba por asfixiar todo intento de comunicación mediada por palabras. Él sólo tragaba y escupía aire caliente con más prisa en cada bocanada.

Sergio siempre había tenido ese aire dentro de sí y no fue hasta los trece que esperó para lanzar hacia fuera todo ese fuego que en él ardía. Desde entonces era todo un dragón y esperaba siempre con ansias el descuido de alguna virgen que se rindiera en sacrificio. Así era cómo recordaba él su momento perfecto: el olor a miedo entre las sábanas, el sabor de lo presto por conocer, el aire cargado de las ansias y el vapor de los cuerpos, y al final, luego del sudor y el delirio, un cuerpo yaciente que sangra por la herida que lo proclama vencedor.
Leda había sido la primera en caer. Tendría algunos quince, pues era casi dos años mayor que él. En adelante su relación con Sergio sería una de lazos muy fuertes, una amistad rodeada de privilegios y, más que por caprichos, una relación determinada por la legitimidad de sus necesidades. A través de Leda, Sergio había conocido a Indira y, con el paso del tiempo, a todo el círculo de sus amigas. Ya para los veintiuno todas habían conocido también a Sergio y, con él, al dragón que lo habitaba.

–¿Qué dirá Leda cuando sepa que estuvimos juntos?– preguntaba Indira -¿no piensas en eso?- continuaba diciendo en un bajo tono de voz mientras se paseaba desnuda por la terraza cubriendo sus senos con las manos.
–¿Sobre qué?– contestaba Sergio con otra pregunta como restándole importancia a aquel encuentro. –Dirá lo de siempre, no sé, siempre le he sido honesto. Ella sabe que entre nosotros no hay un compromiso.
–¿Eso piensas?– añadía Indira.
–Sí… eso creo. Le cuento todo y, sobre tener relaciones, ella misma dice que para que le pase con otro, que le pase conmigo que soy su mejor amigo. Además, a nadie se le hace más daño que el que uno permite que le hagan.
–Somos buenas amigas... – comentaba Indira en el mismo bajo tono de voz que antes, pero ahora como en busca de una reacción en particular.
–Nosotros también lo somos – contestaba Sergio con espantosa naturalidad –Por eso compartimos de la forma en que lo hacemos.

En respuesta a esa contestación Indira reaccionaba con aparente conformidad y calma, lo que a Sergio no parecía inquietarle mucho pues como era de esperarse, según él, Indira quedaba del todo complacida.

Indira había sido la última en caer ante el dragón y él, como de costumbre, iría a celebrarlo junto a sus amigos. Lo de “dragón” se lo habían puesto ellos como apodo; y con ellos acostumbraba reunirse para hablarles al detalle de sus hazañas como hombre y de lo bueno que era en eso. Sobre estas reuniones se construían fantasías, se creaban expectativas y se alimentaban egos voraces sobre los cuales a su vez se iban gestando los sucesores del “dragón”. Fue en una de esas reuniones de hombres que salió de su propia boca, la idea de tatuarse un dragón en los genitales. Sí, “en los güebos”, como decía él mientras se agarraba la entrepierna.

–¿En dónde dijiste?– preguntaba Eugenio sin saber aún qué tono ponerle a su pregunta.
–¡Ahí!– contestaba Sergio.
–¿Pero este diablo de hombre está loco?– preguntaba Eugenio como para sí mismo conociendo ya la contestación.

Eugenio conocía cosas de Sergio que nadie más conocía. Habían sido amigos desde la intermedia y cuando no le ayudaba a Sergio como alcahuete en algunas de sus conquistas, al menos ocultaba algún secreto haciéndose cómplice de éste de todas maneras. Entre algunas de las cosas que Eugenio conocía de Sergio, y que incluso era de naturaleza un tanto perturbadora, había una que tomaba matices realmente inquietantes. Esto era el particular apetito de éste por las vírgenes. Todas y cada una de las muchachas con las que había estado y frecuentaba, habían llegado impúberes a sus manos. Leda, Dina, Tamar, Indira; todas... todas eran vírgenes. Sergio conocía todo acerca de cada una de ellas, y muy en especial, los días en que llegaría la regla. Así que acostumbraba frecuentarlas durante su periodo de menstruación; era tras el olor de la sangre que el dragón llegaba ante el altar del sacrificio, y al ver ensangrentadas las sábanas fantaseaba con la idea de haber tomado a otra virgen.

–¿Tienes una idea de lo doloroso que es tatuarse precisamente ahí?– preguntaba Eugenio –Es el área más sensible de todo el cuerpo – reponía.
–Sí, lo sé.– decía Sergio sin darle mayor importancia al asunto.
–Pero ¿tú estás loco?– preguntaba Eugenio sin saber aún si pasar de la duda al asombro.
–No, no estoy loco. Total, Leda tiene un cisne tatuado en la cadera y si un hombre se va a tatuar, que se tatúe donde lo tiene que hacer.

Ya decidido, comenzaba el proceso que tomaría varios días. Al llegar al estudio, en éste se hacía notable un fuerte olor a desinfectante, lo que por asociación creaba la impresión y el miedo que se tiene cuando de niño se visita un hospital por primera vez. Era un olor que, más que a limpieza, daba la sensación de mucho por limpiar. Todo estaba pintado de negro y como por sobre las paredes de una galería gótica desfilaban diseños de todo tipo de demonios, símbolos tribales y mujeres desnudas. La música era ensordecedora; y si algo positivo tuviera que decirse, era que esto eliminaba la posibilidad de la ansiedad que pudiera crear el escuchar algún grito. Sencillamente el lugar se hacía perfecto para una misa negra.

Quien tatuaría a Sergio surgía de entre la nada de la pintura negra de las paredes y la oscuridad del pasillo que daba hacia el fondo del estudio. Este vestía sólo un mahón negro ajustado que se hacía una pieza con sus botas y por camisa llevaba una oscura capa de tinta entallada a la epidermis que le cubría desde el cuello hasta las muñecas. Las agujas y la tinta estaban listas y, más allá de lo artístico, el sudor y la sangre esperaban erguidos la más que artística, erótica mutilación de un cuerpo. Las agujas se deslizaban a dentelladas sobre la rígida piel dejando rastros de tinta y sangre, sobre quien rastros de sangre acostumbraba dejar. De cada punzada brotaban negras y sangrantes escamas que, unidas en oscuro mosaico, daban paso al nacimiento del dragón. Todo el fuego que ardía dentro de él parecía arderle ahora sobre la piel, y en la medida en que la sangre corría crecía un dragón sediento de ella.
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La marca de la bestia por fin había sido completada. Primero fueron las líneas, luego los colores y finalmente, lo no previsto por Sergio, la larga espera sin víctimas para el dragón en lo que éste sanaba de su temporal deformidad a causa de las agujas. En ese tiempo, las horas se hacían más lentas y el dragón esperaba intranquilo al momento en que pudiera poner en acción su nueva bandera de hombría. Este tenía que esperar un mes antes de volver a oler la sangre y la indefensión de sus víctimas sobre las sábanas. Y seguramente las muchachas estarían, según él, esperando su venida. Mientras tanto sólo tendría que esperar y rogarle a Dios que aquella hinchazón que parecía eterna, se fuera de una buena vez.

Durante esos días, las muchachas comenzaron a ser vistas juntas de nuevo, algo que hacía tiempo no ocurría. Estas, durante las tardes, ya caída la noche, se reunían bajo los enormes sombrillones verdes de un negocio al aire libre llamado Las Cuatro Estaciones. Ahí tomaban café y hablaban de sus cosas como suelen hacer las mujeres. Reían y compartían como si entre ellas no hubiera nada que fuera a poner en riesgo esa amistad que sobrepasaba los años, los miedos, los egoísmos y hasta los secretos, que en cualquiera de los casos, habían dejado de serlo.

Eugenio, que una de esas tardes caminaba cerca del lugar en donde las muchachas se reunían, veía cómo esta situación podría ser de alguna manera perjudicial para su buen amigo Sergio y se dirigía a casa de éste para informarle de lo que sus ojos habían visto. Al llegar a casa de Sergio, éste se encontraba en muy mal estado. La hinchazón no bajaba y el área se le había resecado provocando que la piel se le cuarteara sangrando en algunos momentos. El ardor era desesperante; el fuego del dragón lo estaba atormentando.

Días después, como de costumbre, las muchachas tomaban café y hablaban libres, soberanas y tropicales, con la misma naturalidad y alegría con que siempre lo habían hecho. Hablaban; y mientras lo hacían se movían y reían a la vez que tocaban sus cuerpos. Tamar se agarraba las caderas y paraba los labios de forma sensual. Igualmente, Dina tocaba y presionaba contra sí sus pechos y tomaba una actitud erótica mientras las demás se reían y hacían ruidos extraños con sus bocas. Bromeaban y hacían gestos y movimientos de connotación sexual.

–Así, papi, así –decía Tamar de forma burlona mientras todas reían –. Soy toda tuya; estoy indefensa ante ti – añadía con el mismo tono.
–¡Eres una maldita!– decía Leda entre carcajadas. –El pobre imbécil se creía tan macho – reponía.
–Ahj, Ahj, Ahj, Hummmm... – gemía Indira cuando abruptamente todas reventaban en una carcajada contagiosa que no podían contener.
–¿Y la idea del dragón? – preguntaba Dina entre carcajadas.
–¡A mí no me mires! – exclamaba Leda. –La idea fue de Indira.

Eugenio pasaba por el lugar y veía cómo se divertían las muchachas mientras su amigo Sergio, en su casa, al rascarse literalmente se traía en cada mano puñados de escamas. Leda lo veía a lo lejos y entre risas miraba a los ojos de sus amigas y les decía:

–Muchachas; y hablando de todo un poco, ¿qué les parece Eugenio?

viernes, 13 de junio de 2008

CASQUILLOS #21 - MUSIQUILLOS

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Bajo una entrepierna en flor
Bueno, ya que no llegó el guitarrista
nos vamos con un solo de boca…
Ruben Blades


Oye, mira hacia arriba,
disfruta las cosas buenas que tiene la vida
La, la, la... la-la, la-la, la-la… (repita varias veces).



Salsa tautológica


// Y la bola cebá,
cebá, y cebá...
y la bola cebá.//



Cumbará o no cumbará


En caso de que Quimbara cumbara
Cumbaquimba, va.
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jueves, 5 de junio de 2008

AVENTIS PUBLICA CASQUILLOS

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Como se dijo desde un principio, aunque no en el mismo orden en que han ido cayendo sobre el suelo, los Casquillos del Copista fueron pensados como una propuesta de corpus textual. Así que para aquellos a quienes les gustaría ver los Casquillos como un libro, sepan que muy pronto podrán conseguir los mismos en un Walgreens cerca de usted junto a los libros de Cohelo, Dan Brown, J.K. Rowling y Silverio Pérez gracias a un esfuerzo de Ediciones Aventis. Eso si, nunca olviden que el Copista cuenta AVENTIS.


"Lo que he leído de ti, pese a alguna ironía que se me haya escapado a tiempo, siempre me ha parecido interesante. No puedo arriesgar más, porque no te conozco ni como ser-humano ni como poeta. Porque el poeta, el tuyo en este caso, es infinito como el mío. Tal vez no nos entendamos, pero no importa, La única diferencia que veo "hoy" es que cuando yo tenía tu edad, cuando buscaba a "Dios" desesperadamente en mis viajes de LSD, era menos violento que tú, más tímido y más ingenuo."

Yván Silén
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jueves, 29 de mayo de 2008

CASQUILLOS #20 - HOMENAJES

"Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos, a ser siempre distintos, a renovarnos en cada poema, pero a medida que se acumulan y forman nuestra escueta o frondosa producción, debemos reconocer que a lo largo de nuestra existencia hemos escrito un solo y único poema". De hecho, de estar Oliverio Girondo en lo cierto, no sólo estamos ante la posibilidad de haber escrito un "solo y único poema". Lo más probable es que hayamos leído "un solo y único poema". Pero como dijera el amigo Yván Silén en una de las cartas que se barajara con el Copista, "no se suicide nadie". A diferencia de Girondo, quien "antes de cometer el acto más insignificante necesit[a] poner tantas personalidades de acuerdo, que prefier[e] renunciar a cualquier cosa con [su] persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas a la mierda", aquí no sólo jamás se mandará a nadie a la mierda, sino que, aquí, los invitamos. Pues como en su Inventario versara Mario Paoletti, "Los grandes libros envejecen / y acaban por venirse abajo. / Pero esas nobles ruinas / nunca dejaran de tener peregrinos". Convidados entonces, la procesión ha dado inicio.




Antipoeta
ivan silén
que lejos estás de todo lo que dices.
[a] Iván Silén


Poeta y antipoeta
filósofo, y ante la filosofía
la nada te precede
y ya nada te sucedía.
Ante tus gritos el ensordecimiento;
Silén-ciate para que hable la poesía.



The(saurus) Rex
a Che Meléndez


¡Che!
Que chiquita
te queda la academia.



Casi un haikú
a Kobayashi Issa


Para escribir
una pluma
casi un ala.



Post-polvo
a Manuel Ramos Otero


En Invitación al polvo
Manuel Ramos Otero
le tuerce el cuello al pato.



Ma(nt)ra para lectores extraviados
a La Balacera


Acaba la cava
la Cábala
acábala
acá bala
allá va el casquillo.

jueves, 15 de mayo de 2008

Zuleika Pagán - Gatilleros #5

No se dejen engañar por la imagen. Detrás de ese rostro apacible con mirada de roedor asustadizo se encuentra el temple y la metodicidad programática de un asesino en serie. El Copista ya ha sufrido varias lesiones de las que aun se recupera con dificultad y, si de algo sirve la advertencia, cuando la vean, por su salud, cruce a la acera contraria. Con ustedes los casquillos de Zuleika Pagán, la sotanera que le pide lumbre al Diablo para encender sus cigarritos.


(De: Ankh, Isla Negra Editores, 2008)


golpeo puertas
por la ruta del diablo
y en la novena
mefostófiles da lumbre a mi cigarro



sucede que me canso
de que seas hombre



tres no son multitud
multitud soy yo
que necesito de tres para cerrar un buen trato

sábado, 10 de mayo de 2008

CASQUILLOS #19 - CASQUILLOS DE MADRE

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Aunque cueste creerlo, el Copista tiene madre. De hecho, si escribe, es porque en secreto, incluso sin ella saberlo dirige su mano. Dada la ocasión se esperaría del Copista un homenaje minimalista para quien da tinta a semejante pluma. Pero como no hay forma de ser minimalista cuando se habla de una madre, sólo por esta vez... ¡Naaahhhh...! Lo siento -dice el Copista-, el pretexto seduce. Así que, ¡Casquillos de Madre para los Hijos de la Gran P[oesí]a!


Nom-du-Père
(Hijo pródigo, Madre prosódica)


Al regreso del hijo pródigo
todo fue gran fiesta.
Se celebró un gran banquete…
La madre, cocinaba.



Fort-da o Quien no llora…


Hoy es el día de la mamá
…asegúrese usted bien
de procurar por la suya.



Huérfanos
[…] la gallina era viuda de sus hijos.
Fueran hallados vacíos todos los huevos.
César Vallejo


"Madre sólo hay una",
dice un refrán popular.
¿Será por esto que hay
tanto poeta huérfano?
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miércoles, 7 de mayo de 2008

CASQUILLOS #18-IM/LAS FORMAS DE LA CASA

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Si alguien entiende el lenguaje que nuestros jóvenes usan en sus dichosos IM (Instant Messenger), por favor, el Copista necesita un traductor. Alguno de nuestros "jovenes poetas" ha dejado un mensaje en el "Chat" del Copista, pero como rúbrica sólo firma Att, Ch.

Instant Message
(Las Formas de la Casa)


C ke t able d mi libro
10mos d si +
pero Klemente Soto Beles
ya abia jugado
con las for + d la Ksa.

Att. Ch


jueves, 1 de mayo de 2008

Casquillos #17 - 5to PeronIsmo

Para quienes tienen por pasatiempo el malsano morbo de repasar con fruición la historia de nuestro tercer mundo, al igual que el Copista, pensaran que tales páginas más que revisión, se hacen meritorias de una ojeada con el tercer ojo. Así tanto dictaduras de derecha como de izquierda, al igual que nuestro triunfante liberalismo y la ya fenecida socialdemocracia, no paren más que aquel nietzscheano eterno retorno de lo mismo. Como dijera el vulgo en su más cruda aletheia de ese refrán que reza, “la misma mierda, en diferente palito”, a nadie sorprenderá pues que se den fenómenos como lo que Alejandro Horowicz llama en su libro “Los cuatro peronismos”. Como ya sabrán los masoquistas más asiduos de ese morbo revisionista, el eslogan del peronismo durante los años 50 era “Perón cumple, Evita dignifica”. Y el Copista, conmovido, ha decidido fundar el 5to PeronIsmo.


5to PeronIsmo
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"Peroni cumple, Evita la resaca".
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jueves, 17 de abril de 2008

Huevos Poetas y Gatilleros

Cuando el Copista Calisténico encontró Los Huevos Poetas pudo ver claramente que quien produce estos videos definitivamente tiene que ser del ambiente literario de nuestro regazo telúrico. Si no es así ¿como explicar que, cual diestro artesano del diamante, pudiera tallar lo que a todas luces parece ser la mejor estampa de una lectura de poesía sanjuanera? Seda para los oidos. Todos los detalles están en su justo lugar: Poetas amigos, brazos echados en hombros, algunas copas, poesía por supuesto, una que otra petición especial que sera satisfecha para que se confirme el talento poético del solicitado y, finalmente, los desmanes celebratorios ante la apreciación del trabajo de un "amigo". Todo se vuelve motivo de celebración y aplauso. Si estos videos fueran diagnósticos, el Copista no dudaría en calificar a estos Huevos Gatilleros como el DSM 4 de esa condición terminal a la que llaman poeta. Escuchemos y… Salud.