lunes, 28 de marzo de 2011

Recuperando a Cappiello (Segunda Parte, El cartel en Francia)


Recuperando a Cappiello
(Segunda Parte, El cartel en Francia)

Hablar del arte del cartel es ejercicio de adentrarse a una amplia historia de la cual lo antes expuesto, en la Primera Parte, no pasa de ser sólo una muy pequeña parcela. Aún así, por otra parte, esa pequeña parcela constituye la inequívoca prueba de cuán importante ha sido Leonetto Cappiello; tanto como para ser hoy considerado como el padre de la publicidad moderna. Veamos algunos datos importantes sobre su contexto.

Cuando se habla del cartelismo se habla del arte epítome de la Edad Contemporánea. La gestación del mismo se ubica en plena Revolución Industrial y su maduración durante la Belle Époque. Aunque la técnica tiene como predecesor el grabado policromático japonés (la xilografía Nishiki-e y el Ukiyo-e) del siglo XVIII, para Occidente, la invención de la litografía en 1798, por Aloys Senefelder, marcará su inicio.

Es Jules Cheret quien entonces, para 1868, desarrolla un proceso litográfico tricolor que posteriormente le permitirá, con tan sólo tres piedras, alcanzar prácticamente cualquier registro cromático. Hijo de un tipógrafo formado en los mejores talleres de París y Londres, haber diseñado múltiples portadas para libros y catálogos y, finalmente, haber conocido a un fabricante de perfumes de la compañía Rimmel quien, en el 1866, le suple un estudio equipado con la mejor tecnología de la época, son algunas de las condiciones que propiciaron el que hoy se le conozca como iniciador del cartel moderno. La combinación de imagen y palabra en muy poco tiempo hacen del cartel el medio dominante de la comunicación de masas y a la vez convierte las calles de Berlín, Milán, París y Londres en una galería de arte accesible a todo tipo de público.

A esto se suman las figuras de Toulouse-Lautrec y Alphonse Mucha. Mientras con Toulouse-Lautrec y su previa experiencia como pintor el cartel alcanza la categoría de arte; con Alphonse Mucha, el estilo modernista de Cheret y Toulouse-Lautrec es abandonado para hacer del Art Nouveau una esplendorosa vuelta a la naturaleza y los pre-rafaelistas. Este estilo dominará por los próximos años pero la repetición y lo cargado de su estilo fueron produciendo el agotamiento que, junto a la muerte de Toulouse-Lautrec, y la vuelta a la pintura por Mucha y Cheret, quienes abandonan el cartel, dan paso al estilo único de Leonetto Cappiello.

Cappiello nace en Livorno, Italia, el 9 de abril de 1875 y muere en Cannes, el 2 de febrero de 1942. Con su llegada a París, en el 1898, conoce a Puccini y un mes luego publica una caricatura del pianista en la revista Le Rire No 191 (2 de julio). Ese estilo caricaturesco en sus comienzos lo acercará a la limpieza en la línea del estilo de Cheret, y posteriormente a Toulouse-Lautrec, para finalmente abandonarlo simplificando sus carteles en función de un carácter cada vez más publicitario. Así rechaza el estilo sobrecargado del Art Nouveau y, en su lugar, opta por imágenes que destacan como punto focal de sus afiches sobre fondos mayormente sólidos y que casi siempre son rematados por una tipografía sobria resaltando la función comunicativa.

Ver, por ejemplo, cómo en nuestros días la compañía Apple cobra identidad en el logo de una manzana o la marca de calzado deportivo Puma es identificada en el ícono de una pantera negra, se le debe a Leonetto Cappiello. Esa tendencia iconográfica hacia el “branding” o el “trade mark” del lenguaje publicitario es lo que hace de Cappiello, además de un importantísimo cartelista, el padre de la publicidad moderna.

jueves, 24 de marzo de 2011

Recuperando a Cappiello (Primera Parte)


Recuperando a Cappiello (Primera Parte)

Recuerdo que lo vi cuando caminaba por Downtown Minneapolis, mientras esperaba por la Metro Transit 94, cerca de la esquina del famoso Gay Nineties Theatre a una cuadra de la Minneapolis Central Library. Todo el que lo notaba tenía que comentar algo. Aquel poster era sencillamente genial.

Durante mayo del 2004, como parte del lanzamiento del iPod, Apple comenzaba por toda la nación una amplia campaña publicitaria. La misma, consistía en una variedad de cuatro posters que simulaban unos cables blancos que iban desde las manos a los oídos de una silueta negra sobre un fondo de color neón brillante. El mensaje leía “iPod, 10,000 songs on your pocket. Mac or PC”. Sin embargo, lo que captaba mi atención no eran aquellos posters, sino uno que parecía pasar desapercibido entre los que ya he mencionado. El mismo leía como sigue: “10,000 volt in your pocket, guilty or innocent”. Más que una parodia de la campaña dirigida por Apple, era una denuncia a las políticas de tortura adoptadas por Estados Unidos contra los prisioneros de guerra en Abu Ghraib y que fueran dadas a conocer el 28 de abril del 2004.

El afiche en cuestión era producto de un artista desconocido perteneciente a un colectivo de Nueva York llamado Copper Greene (nombre utilizado por el Pentágono para designar el operativo sobre abusos a prisioneros en Iraq) y cuyos miembros prefieren el anonimato. Primero, aparecieron en Nueva York y un mes luego en California lo que generó algunas dudas sobre el origen de los mismos. Con el tiempo ha quedado claro, por algunas variaciones en el diseño, que los que aparecieron en California fueron producidos por otro grupo llamado Forkscrew Graphics. Lo cierto es que este grupo, a pesar de haber sido identificado con causas de compromiso social y político, ha diferencia de Copper Greene, han hecho de la reproducción de estos afiches una cuestión con fines comerciales. Acción que, a todas luces, va en contra del “culture jamming”, un tipo expresión que se ha vuelto cada vez más frecuente durante los últimos 15 años.

No es mi intención discutir las características ni pormenores del “culture jamming”. Lo que si quisiera resaltar es que es el poster, o mejor dicho, el cartel, lo que se muestra como formato de preferencia.

De vuelta a mi paseo por Downtown Minneapolis, recuerdo que aquella imagen no sólo me llamaba la atención por la manera en que subvertía el mensaje de la propaganda en uno de desestabilización y denuncia. Había algo de aquel afiche que me era familiar. Hice una pequeña búsqueda en la Internet y me topé con lo que hasta entonces no era más que un vago recuerdo; “VOV”: el afiche de un cartelista de la Francia de las primeras tres décadas del siglo XX, Leonetto Cappiello. Por una de esas ironías de la vida; el cartel de una bebida “energizante”.

Leonetto Cappiello, "VOV" (1922).

jueves, 10 de marzo de 2011

Sacralización, intelectualidad y violencia: Imago UPR


Sacralización, intelectualidad y violencia: Imago UPR
Los intelectuales acostumbrados a alimentarse de textos se refugian en desengañadas consideraciones respecto a la imposibilidad de cualquier interpretación segura (Girard, 8).
René Girard – El chivo expiatorio.
En otro tiempo hubiéramos tomado como percepción generalizada la idea de que la violencia tiene como vector una relación de superior-a-subordinado. Hoy, 7 de marzo, Ana Guadalupe, tiene que estar cuestionando muy seriamente si esa ecuación ha dejado libre algunas variables. Por otra parte, la percepción particular de cada quien añade otros matices. Aunque ya no sobre la dirección a seguir de la violencia, en tanto radio de acción, los matices que se añaden pueden incluso hacer de un acto de violencia la también generalizada percepción de un acto de justicia. De más está decir que la especificidad de nuestra condición y circunstancias imprimen en nosotros una igualmente particular capacidad de ver, transformar o enceguecer ante un suceso. Pero tomando en consideración que una misma acción -violenta en este caso- puede desembocar en la manifestación de cualquiera de las anteriores indistintamente, habría que plantear cuánto hay de voluntad en asumir una de estas posturas y cuán conscientes estamos de las mismas y su repercusión.
Cuando se habla de violencia, son muchos los autores que vienen a la mente. Esa palabra, con la que por igual hoy se enjuagan la boca tanto el gobernador como los defensores de los derechos humanos, en el campo de las ideas le debe su pedigrí a títulos que van desde La violencia y lo sagrado, de René Girard, hasta Sobre la violencia, de Slavoj Zizek. Ahora bien, ¿qué tiene de pertinente todo esto para un articulillo cuyo título inicia con un concepto como el de sacralización? Pues bien, para entender ese aspecto sacralizador de la intelectualidad que se avisa en el título, me gustaría -no tiene por qué gustarle a nadie más- exponer algunos puntos de consonancia entre la cita de Girard con que encabezan estas líneas y una de Genealogía del fanatismo de Émil Michel Cioran donde éste señala que: “La historia no es más que un desfile de falsos Absolutos, una sucesión de templos elevados a pretextos, un envilecimiento del espíritu ante lo Improbable. Incluso cuando se aleja de la religión el hombre permanece sujeto a ella; agotándose en forjar simulacros de dioses, los adopta después febrilmente: su necesidad de ficción, de mitología, triunfa sobre la evidencia”.
De la cita de Girard cabe destacar de inmediato dos aspectos constitutivos de ese sujeto al que llama: “intelectual acostumbrado a alimentarse de textos”. El primero, es ese carácter o, más bien, tendencia a “refugiarse en desengañadas consideraciones respecto a la imposibilidad de cualquier interpretación segura”. El segundo, por consecuencia al primero, es el carácter o inclinación a lo que podemos llamar hipercriticismo. El mismo Girard comenta que, “En nuestra época, muchas personas inteligentes creen seguir haciendo progresar la perspicacia crítica exigiendo una desconfianza cada vez mayor” (Girard, 8). En ese sentido la anterior cita de Cioran no hace más que confirmar el argumento de Girard sobre la “imposibilidad de cualquier interpretación segura”.
Cioran, incluso, como parte de las “desengañadas consideraciones” calificará la historia como “falsos Absolutos, una sucesión de templos elevados a pretextos, en envilecimiento del espíritu ante lo Improbable”. Más que conocido el calibre de Cioran como intelectual, no sólo irá contra los falsos Absolutos sino que envuelve su discurso bajo un cerco semántico que iguala cualquier “interpretación segura” a un acto sacralizador. Así, cualquier gesto en busca de certeza, será religión; cualquier determinación de acción: un simulacro, necesidad de ficción; en fin, la praxis de una mitología.
Ahora bien, para entender mejor todo esto, ¿qué características tiene el mito, cuáles son sus manifestaciones, cómo se construye el espacio de lo sagrado y, en conclusión, de que hablamos epistemológicamente cuando decimos que el sujeto asume la esfera de lo sacro? Además, regresando al suceso en que la pobre Ana Guadalupe casi hace de chivo expiatorio, ¿qué papel juega la violencia en todo esto? Por el momento, el mismo Cioran, parece darnos una primera pista cuando señala que, “Incluso cuando se aleja de la religión el hombre permanece sujeto a ella”.
Mircea Eliade, el más prominente historiador de las religiones, en su libro Lo sagrado y lo profano plantea que, “una existencia profana […] jamás se encuentra en estado puro. Cualquiera que sea el grado de desacralización del Mundo al que haya llegado, el hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el comportamiento religioso” (Eliade, 27). Veamos entonces, cómo se manifiesta ese comportamiento sacralizador en lo que hemos identificado como intelectuales acostumbrados a alimentarse de textos y con una acentuada proclividad por el hipercriticismo (obsérvese con particular atención la sufijación, ismo).
En El chivo expiatorio, Rene Girard analiza dos intelectuales dentro del marco de la crisis histórica suscitada por la peste negra que asoló la Francia de mediados del siglo XIV. Tanto en el caso de Guillaume de Machaut y su Jugement du Roy de Navarre, así como en el de La Fontain y su Les animaux malades de la peste, Girard señala lo que califica como una admirable repugnancia casi religiosa por mencionar el termino “peste”. No es que no se hablara de la peste, más bien se aludía: se buscaba su origen en el envenenamiento de las aguas, se culpaba a los judíos por el supuesto envenenamiento, se le adjudicaba carácter de justicia divina. No debe sorprendernos que “eso” (la peste) haya generado discusiones socio-políticas, teológicas, legales, identitarias y civiles. Aquel “asunto” (la peste); es decir, la totalidad de aspectos que “le” conformaban, tan numinoso como ominoso, quedaba, por usar palabras de Cioran, como “una sucesión de templos elevados a pretextos”.
Digamos que, cuando digo hombre primitivo, lo hago con cariño. Aclarado esto, decir “lo primitivo” no necesariamente refiere a arcaico o incivilizado, sino a una metafísica y una epistemología que bien pudieran estar presente en el hombre de hoy. Según Eric Havelock, en su libro La musa aprende a escribir: Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente, “las oposiciones binarias del estructuralismo, si bien se afirma que son universales, se presentan latentes en la conciencia del «hacedor de mitos»” (Havelock, 85). Por otra parte Eliade dirá que, “el hombre moderno que se siente y pretende ser arreligioso dispone aún de toda una mitología camuflada y de numerosos ritualismos degradados” (Eliade, 172). En ese sentido, el mito o la ciencia, lo primitivo o (pos)moderno, lo sagrado o laicizado de las conductas objeto de estudio, aquí, no son juicios valorativos. Más bien, son un gesto por entender las maneras en que imaginamos, perdón, pensamos el mundo. (Quien tenga incomodidad con esto, de antemano permítame la sugerencia de saltarse la lectura de Los hijos del limo, de Octavio Paz).
Pensemos, por ejemplo, en la Torre de la UPR como omphalós, como zigurat, como Axis Mundi (o el árbol sagrado de Avatar, con el permiso de James Cameron). Su presencia en nuestro entorno, o debo decir, nuestro entorno como extensión de su presencia, no sólo marca un centro de actividad (de ser), sino que marca una psique que le adjudica carácter de fundamento ontológico. Así el intelectual, como hombre primitivo o hierofante, tal vez, como hacedor de mitos, asumirá su ministerio de pensar o imaginar su mundo. ¡Habemus Imago Mundi! Pero ¿qué pasaría si de pronto ese mundo y su orden son trastocados? ¿Qué tal si irrumpiera en él algún momento de crisis o caos? Dirá Eliade que: “El hombre religioso está sediento de ser, el terror ante el «Caos» que rodea su mundo habitado corresponde a su terror ante la nada. […] Si, por desgracia, se pierde en él, se siente vaciado de su sustancia «óntica», como si se disolviera en el Caos, y termina por extinguirse” (Eliade, 60).
Pues bien, pensemos ahora, por ejemplo, en una huelga. Notará el lector que un “click” hará eco en su cabeza frente a palabras como huelga, disgregar y normalidad; palabras estas muy sonadas durante los últimos meses y que, al igual que en el caso de la palabra violencia (no podemos olvidarla), han servido de enjuague bucal para muchos. Notará también el lector que, el efecto de “ésta” (ahora la huelga) será análogo al de “aquella” (la peste). El intelectual, como el hombre primitivo, religioso moderno, si se me permite, mostrará analógicamente una conducta similar a la señalada en la cita anterior. Si regresamos al texto de Girard, tendremos un ejemplo de cuál fue la reacción de los franceses ante “aquella cosa” (la peste): “tenían tanto miedo de la peste que su propio nombre les horrorizaba; evitaban en lo posible pronunciarlo e incluso tomar las medidas debidas a riesgo de agravar las consecuencias de las epidemias. Su impotencia era tal que confesar la verdad no era afrontar la situación sino más bien abandonarse a sus efectos disgregadores, renunciar a cualquier apariencia de vida normal” (Girard, 9).
En el caso de la huelga en la UPR, creo que sólo bastará con observar el proceder del sector docente. No es que no se hable de la huelga, más bien se alude: se busca su origen hasta debajo de las piedras, se culpa a unos y a otros por el descalabro fiscal de la institución, habrá quien incluso vea a la Rectora como recipiente de la justicia divina. No debe sorprendernos que “ésta” (la huelga) haya generado discusiones y enfoques múltiples: antropológicos, políticos, económicos, legales y no dudo que aparezca quién haga uno desde un enfoque religioso (se moi). Éste “asunto” (la huelga); es decir, tanto su totalidad como cada uno de los aspectos que la conforman, tan “uncanny” como parezca, queda pues, volviendo a Cioran, como una sucesión de templos disciplinarios elevados a pretextos. Arreligiosos, como todo buen intelectual, aparecerán toda una serie de mitologías camufladas y de numerosos ritualismos degradados: la resistencia simbólica de obedecer “bajo protesta”, el ritual consolatorio de creer que se progresa por perspicacia crítica y, el más evidente, el mito cosmogónico que se percibe de la insaciable cantidad de textos publicados en donde “cosmizar el Caos” que se enfrenta.
Como si se quisiera anular la duración histórica, el ritual crítico nos ha sumido en un tiempo mítico primordial hecho presente en el acto de la crítica y el papel escrito. Ante la duración profana de una crisis institucional y económica, hemos optado por hacer de la historia toda, nada menos que un cúmulo de “falsos Absolutos”. Sobre esos intelectuales acostumbrados a alimentarse de textos, Eliade señala que, “la lectura comporta una función mitológica […] especialmente porque la lectura procura al hombre moderno una «salida del Tiempo» comparable a la efectuada por el mito” (Eliade, 172-173). Mientras tanto, aquellos que agotándose en forjar simulacros de dioses para luego adoptarlos febrilmente (como han querido hacer ver a los estudiantes), no ven más que precisamente eso: agotamiento. En balde una genealogía entera de fanáticos imaginará también su mundo. Salvo que, para ellos, los rituales serán otros. El resultado: aquello en lo que concluye la cita de Girard que he venido desglosando: “Toda la población se asociaba gustosamente a ese tipo de ceguera. Esta voluntad desesperada de negar la evidencia favorecía la caza de los «chivos expiatorios»” (Girard, 9-10). En fin, La Violencia. Es decir: más.


Bibliografía:
Cioran, Émile Michel. Genealogía del fanatismo. Tomado de Ignoria, Biblioteca hogar:
Eliade, Mircea. Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Guardarrama/Punto Omega (Editorial Labor), 1967.
Girard, René. El chivo expiatorio. Barcelona: Editorial Anagrama, 2002.
Girard, René. La violencia y lo sagrado. Barcelona: Editorial Anagrama, 1983.
Havelock, Eric. La musa aprende a escribir: Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente. Barcelona: Editorial Paidós, 1996.

martes, 1 de marzo de 2011

A - FOR - ISMOS #16



171. Hay quienes exhiben tal profundidad de pensamiento que, para convencernos, son capaces de ahogarse en ellos mismos.

172. De los amigos genuinos siempre queda la satisfacción de saber que se van sin haberse ido antes. Los demás, corren el peligro de volverse imaginarios.

173. Si algo hay más insoportable que un engreído aspirante a escritor, es un engreído escritor como aspirante diplomado.

174. Un poema no está terminado hasta que muere quien lo escribe.

175. Un poema no está terminado hasta que muere quien lo escribe, sino hasta que los lectores dejan de leerlo.

176. No escribo para ser leído, sino para que el lector se lea a si mismo; aunque la intención haya sido otra.

177. En este momento, un lector me (re)escribe.

178. Cuando me preguntan ¿por qué escribir? sé que parten de una premisa equivocada. La pregunta debió ser ¿por qué no leer?

179. Sólo un masoquista ama incondicionalmente; todo lo demás es un genuino acto de egoísmo.

180. Mi egoísmo me salva de la soledad y el solipsismo.