lunes, 22 de junio de 2009

LA EXPERIENCIA IRREDUCTIBLE - Yván Silén


La Experiencia Irreductible (fragmento)


¿O cual es el sentido de la ideología? ¿El sentido del poder? ¿O hay en el sentido de la ideología un sentido oculto, un sentido buscado que repercute dentro del texto como valor de uso, como necesidad que pertenece al hombre? ¿O es que el sentido oculto de la ideología es “esa experiencia irreductible” de la que habla Soller. A nosotros nos parece que es esa “experiencia irreductible” la que nos devuelve a nosotros mismos a través del texto como una fiera para afirmar en la página ese sentido oculto que resuena en la costumbre de lo mismo como extrañeza, como símbolo donde lo idéntico se siente como símbolo del sueño, como ruido de alguien en la escritura: el texto se anuncia a sí mismo como sueño: posibilidad de ser el imposible que anuncia: la “experiencia irreductible” como imposible en la posibilidad del texto (“como libro que vendrá”) para que lo idéntico se sienta como imposible: razón donde la razón se siente irracional, se siente sorprendida: el texto anunciado como necesidad psicológica y onírica. ¿El texto como destino? ¡Sí, el texto como haciéndose! El autor como creador del destino de su texto, pero el texto –ahora como lo idéntico, como “experiencia irreductible”– como creador del destino de su autor: el destino del texto es la creación del traidor: el autor como paria de la ideología, y por la misma razón, el texto como crimen.

Una experiencia que no se entregue a la ideología, pero que no proponga ninguna ideología: un texto como inútil: como mercancía inútil. Un texto que sea una sodomización de la madre para cada lector: una pesadilla de la escritura: una escritura que pertenezca perversamente al inconsciente. Tal vez este sea el único lugar donde podamos destruir la ideología en nosotros mismos. Sabemos que la ideología posee el lenguaje, pero el lenguaje debe poseer –como terrible– para instaurar un escándalo: ¡que toda ideología es una cárcel!

El texto recogido. El texto retirado de todos los escaparates del futuro será el texto que soñó –bueno, lo sueño yo y eso baste como delincuencia; baste como valor de uso– que soñó Mallarmé, que soñó Blanchot, pero no como suma de texto, aunque sea suma de texto, sino como rompimiento. Un texto que sea como Baudelaire en la poesía, o como las “Damas de Avignon” de Pablo Picasso en la pintura: texto de quiebra y para la quiebra. Un texto peste, un texto que se reconozca como muerte.